domingo, 6 de enero de 2008

El hijío

No voy a los velorios ni por que tengo que ir. Me asustan, me hacen llorar sin tener vela en la tristeza, esto lo descubrí cuando murió una fulana a la que poco conocía y que por azares del destino, no pude escapar a su velorio.

Desde entonces, no voy a ninguno. Murió el abuelo y no fui, murió la abuela y no fui, murió el tío y tampoco…Muchas muertes y muchas ausencias. Este problema se debe quizá, a que cuando era pequeño y vivía casi siempre con las rodillas lastimadas, mis mayores me decían que debía correr, alejarme de los muertos, por que sino, podría contagiarme del hijío. El hijío era, según entendía, un mal invisible que surcaba el espacio, del cuerpo del muerto a la herida de las rodillas de los niños, causándoles irremediablemente la muerte. Así que, ustedes disculpen, el trauma sigue y hoy como antes, casi siempre ando herido; ahora por supuesto, no tan sólo de las rodillas, por lo que no extrañen mi ausencia cuando mueran, pero por favor, el día que sea yo el muerto, no me dejen solo.

Antonio Sánchez Ballinas