jueves, 17 de enero de 2008

Los cerros. De recuerdos del capitán.

Era una tarde lluviosa de septiembre, la sierra estaba cubierta por un manto de niebla, la lluvia mojaba constantemente la tierra que la devoraba con boca de gigante, la lluvia implacable. Se confunden a los lejos los cerros y el cielo entre nubes. El azul.

Todo está en calma, solo se escucha la lluvia cayendo sobre el zaguán de lámina de zinc un poco vieja. Todo se percibe en los cerros, el aullido del mono, el canto de los pájaros de pecho amarillo allá en el árbol del fondo, tan grande como el cielo mismo, ahí dentro se esconden también las cotorras, que lo han tomado como vecindad. Se acerca un perro todo mojado a cubrirse de la lluvia.

Una respiración profunda, lenta, pausada, tranquila. Pero la lluvia sigue cayendo en la sierra, y el sonido de la lámina adormece como las olas. Cierra los ojos y sueña con el mar. Libertad.

-Tiene veinticinco años que dejé las playas por las montañas y no he dejado de quererlas Simón - El perro mueve la cola y mira al capitán que le acaricia una oreja.

-Nomás que estas montañas no me han dejado ir, parece que traen toloache en la niebla, o que el río lleva conjuros de amor... Yo digo que son las piedras las que no me han dejado bajar. Han de saber las cabronas que algún día estaré con ellas. Pero se equivocan. Este pellejo se va pa el mar, como los marinos. Allá voy a estar bien, tranquilo, con los puros pececitos. El día que yo quiera me regreso, no serán los guachos los que me obliguen. Ni cuenta se van a dar los pendejos cuando ya no esté. Pero falta mucho para que deje de llover Simón.

Gersom Mercado Chan. El cuexcomate. 30 de diciembre de 2007.