martes, 4 de marzo de 2008

Un insomnio melancólico

Día primero de anotaciones somníferas

Heme aquí recostado, bostezando, lapicero en mano, escribiendo en una vieja libreta lo que se me ocurre para relajarme, es casi media noche y me siento muy cansado; pero por muchos que sean mis deseos de dormir o la fatiga anidada en mis párpados, conciliar el sueño últimamente me es imposible. Es extraño; porque mientras la luz esta encendida siento un ligero adormecimiento en los ojos, cabeceo de lado a lado, mi cara entera relaja sus gestos y mi cuerpo se vuelve muy pesado. Luego de esos supuestos presagios de sueño, aparecen las complicaciones de los mismos. Cuando todo a mi alrededor es silencio, oscuridad, comodidad, calidez, el cerebro no deja de producirme pensamientos, las piernas se me inquietan, el sonido de mis inhalaciones me molesta. Perdido e incomodo en el inmenso colchón matrimonial, buscó por toda su superficie el mejor lugar para acomodar a mi solitario cuerpo, solo que la mayoría de las veces ninguno me complace y termino por levantarme para leer, escuchar música o beber café como antídoto para la engañosa soñolencia.

Ayer Juan vino a visitarme, me obsequió y recomendó unas pastillas para resolver mis problemas de insomnio, no sé, si será buena idea usar fármacos para anestesiar a la vigilia. Si esta noche no logró de manera natural descansar, quizá mañana recurra a las invenciones de los hombres de batas blancas para dormir.

A pesar de ser verano ha estado lloviendo a diario, en ocasiones hasta dos o tres veces por día. Hace unos pocos segundos comenzó el siseo de la lluvia afuera, es agradable el sonido del agua paseando de madrugada. En pocos instantes pude percibir una despistada abanicada de aire que llegó desde la ventana a mi nariz regalándome un exquisito olor, huele a tierra mojada, a fresca humedad. Debo cerrar la ventana, la lluvia a incrementado su intensidad y el viento podría resfriarme o refrescar de más a mis cansados pulmones.

Casi no hablo ya de ti, yo mismo trato de censurar cualquier comentario en el que pudieras aparecer citada o aludida, ya sea por alguno de nuestros conocidos o por algún descuido mis labios. Ha pasado mucho tiempo desde que partiste, he tratado de tomar con madurez y responsabilidad mi soledad, creó que a pesar de todos los tormentos logre superar lo nuestro. Aunque, noches como esta te traen de regresó siempre a mi memoria, porque recuerdo cuanto adorabas el olor a lluvia. Me acuerdo que aunque fuera de madrugada, si llovía y estabas despierta, abrías la ventana del cuarto un momento, te asomabas risueña, cerrabas los ojos unos instantes y aspirabas solemne un profundo respiro, para enfrascar en tus pulmones un poco del perfume natural que tanto disfrutabas.

No le encuentro el caso a escribir todo esto, poco me falta para querer platicarle a la pluma todas mis penas o para creer que con la practica me convertiré en un gran escritor. Además lo que escribo es un gran caos, paso del insomnio a la lluvia, luego arremeto contigo y tu memoria, finalizando con una auto crítica de mis delirios escritos. Sin embargo, siendo yo el único lector y juez de estos garabatos, puedo adjudicarme el merito que me plazca, puedo escribir sobre lo que me venga en gana, puedo plasmar mis ideas, dolores o rencores, sin tapujos ni reservas. Poco a poco comienzo a comprender el efecto, terapéutico-relajante de la escritura libre. Por esta noche es suficiente, así me lo indica la lentitud mi mano, los bostezos, lo tarde de la hora y lo lánguido de mi pulso al trazar estas letras.


4:00 AM

Un maldito mosquito no me deja dormir, lo peor de todo es que casi había logrado quedarme dormido, odio a esos insectos zumbantes, pero debo reconocer que son astutos, saben esconderse cuando se les amenaza o se les busca. En unas tres horas más tengo una clase que impartir, y en vez de concentrarme en descansar el poco tiempo que me queda, estoy luchando contra un bicho volador.

Si estuvieras aquí te reirías de mí, me dirías: “duérmete ya” y durante el resto de la noche se quedaría atorado en tu rostro, un gesto sonriente debido a mi terquedad y poca paciencia para con un mosco. Yo mismo tengo esa mueca graciosa ahora que deduje tu posible reacción si estuvieras aquí. Se suponía que debía vetar de mi ser todo pensamiento relativo a ti, no es sano aferrarse a lo que ya no se tiene. Sin embargo, que de malo tiene si aun estoy enamorado de ti, yo no puedo reprocharle a mi corazón ser terco y estúpido; además, de que me serviría ser como aquellos despechados farsantes, que pregonan eufóricos a los cuatro vientos haber limpiado rencores y desterrado de su memoria los residuos de la terminada relación, si llegada la noche lloran a escondidas su discapacidad de olvidar.

Nunca se lo he dicho a nadie; pero después de la más horrible y ebria noche de mi vida, en la que borracho de dolor y alcohol; junte todas tus fotos, tus cartas, tu ropa, una almohada, zapatos, tus libros, los perfumes que olvidaste y todos los regalos que me diste, dispuesto a olvidarte por las malas. Primero pensé en quemarlo todo, pero no pude lidiar con la idea de achicharrar tu hermoso rostro que me miraba sin temor alguno mientras sostenía frente a él una caja de cerillos, luego, quise tirar todo a la basura, pero tampoco pude hacer eso, no quería que alguien más pudiera encontrar y leer tus cartas o tener mis regalos. Incapaz de deshacerme de esos objetos inertes, los guarde en una caja de cartón, está, la confine a las profundidades del ropero.

La continuidad de tu ausencia y mi intolerancia de no tenerte, me causó el mal habito de desenterrar esa caja los días 24 de cada mes, y lo califico como un mal habito o vicio porque hacerlo no me reconforta, no me relaja, no me tranquiliza, esos recuerdos materiales tuyos, me lastiman pero a la vez los necesito para siquiera sentir; a través de ese daño auto infligido, un efímero pero sedante sosiego pasajero.

Vaya senderos que toman juntas mi mente, una pluma y mi mano escribana, cuando se le da libertad interna a la memoria. Tenía bastante tiempo que pensaba a escondidas en ti. En aquellas ocasiones, trataba de engañarme, te consideraba como una idea transitoria, como un destello moribundo acunado en una veladora a punto de ahogarse en un mar de cera liquida, un hilillo de humo esfumándose ligero entre el viento y la gravedad. Escudándome tras esas y un sin fin más de excusas, negaba sentir lo que hoy, por fin reconozco, eso que ha enredado sus silenciosas y hondas raíces en mis adentros desde hace tanto, aún en contra de mi voluntad, aún doblegándome el orgullo y prohibiendo a la resignación de mis posibles opciones.

Por todo el tiempo transcurrido, por la olvidada costumbre de sumar los días caídos de los calendarios, por las noches sin sueños, insomnes como esta, agotadoras; por una vida corriente, por eludir la verdad, por todos mis engaños fallidos de haber olvidado el pesado cofre atiborrado de recuerdos tuyos en algún recóndito sitio o por el tedio de responder como un autómata: “Bien, gracias”, a todo el que me pregunta: ¿cómo estas?. Por intentar aparentar “estar bien” cuando ni siquiera deseo acercarme a las plantas, por el temor de secarlas o entristecerlas con solo aproximarme a ellas.

Por que pase lo que pase, novedoso o cotidiano, esté parado o acostado, preparado o descuidado; mi desenlace nunca cambia. En cualquier momento, a la hora que sea, sin importar si es un atardecer melancólico, un despertar desganado o un sonámbulo anochecer, acalorado o aburrido por la temporada, termino siempre en el mismo tiempo; transportado a un momento del pasado, viviendo y reviviendo en el ahora uno o varios recuerdos que penden de tu imagen. Recuerdos que no me dejan nunca, porque estos malditos recuerdos nunca duermen.
Caminar errante los días malos para procurar despejar mi mente de tu fantasmagórico espíritu me es inútil, porque esta ciudad tiene más momentos nuestros que calles o habitantes y de cualquier objeto a mi alrededor logró arrancarle pistas para retornar con el pensamiento a ti. Sabores, olores, sensaciones o colores se abalanzan sobre mi y te dibujan en conjunto cuando lo desean, arrojan a mi olfato tu fragancia, en pocas pinceladas crean a tu ser y me obstruyen el camino con espejismos perfectos de quien eras.

¡No sé jugar el juego de olvidar! no me gusta arrancarle piezas al rompecabezas de lo que fui, y fuimos, como si aquellos fragmentos faltantes fueran reemplazables con solo implantar en los espacios vacíos un falso “no me acuerdo”. A pesar de que soy un pésimo perdedor, este es el único juego azaroso o de destreza en el cual, yo mismo me rindo antes de iniciar la partida. ¡Sigo enamorado de ti! aunque tu ya no lo estés de mi.

Tengo que levantarme, dejar de escribir, bañarme y alistarme, ya que en unos pocos minutos serán las seis. Nota: No mate al desgraciado mosco.
Luís Alonso Ordóñez García